Categoría: Relato
Francia, octubre 2021
Esta es de las veces que inicio con más dudas que respuestas, de las que la cabeza está arrojando todo a mil por segundo, que no da espacio ni siquiera para parar de escribir, la falla por así decirlo, es que no encuentras organización, estructura lógica de cómo poner lo que quieres contar. Sin embargo, de eso también se trata, de dejar que los pensamientos nos lleven a varios lugares, que ni siquiera conocemos, y que merecen ser contados como las grandes historias.
Podría empezar poniendo lo que viví del viaje de Suiza a Francia, a cada persona que miraba y lo que suponía de ella, de dónde era, quién era o qué hacía, fue divertido: el ruso hablando con su hija pequeña, el español peleando por la maleta, el señor que se sentó a mi lado y se reía cuando yo imitaba a mi pareja. Aunque creo que una historia así fue de las primeras que escribí una vez que viajé en un bus de Bogotá a Manizales ¿sería repetirla?
¡Ya sé! podría escribir cómo se puso el sol en Niza, que parecía un cuadro del increíble, Vincent Van Gogh, que se sintió atraído por el Sur de Francia y que en esa zona produjo sus más famosas obras. Porque era algo así: la luna a la izquierda en un fondo morado y azul claro, el mar en el medio, inmenso, limpio, azul oscuro con visos verdes, a la derecha el sol difuminado, rosado, entre rojo y anaranjado, y esa sensación de presenciar algo maravilloso, sí que podría ponerla aquí.
¿Tendría que ser de un viaje? hay otras cosas que no he puesto en palabras, porque sería encasillarlas en algo. Como la vez que me comprometí y el shock en el que quedé largos meses. Lo que me pasó recién entendí que viviría en Suiza y que eso no había estado jamás en mis planes, y que la vida me estaba dando una vuelta que no tenía regreso a ninguna dirección, que me regalaba un mundo infinito de posibilidades de las que no sabía por cuál iniciar, o que siempre tuve miedo de hablar en otro idioma y que el frío me iba a pegar con la nostalgia que cargo en los días de lluvia.
Eso o podría ser que llevo más de 3 años de un lado para otro, con muchos hogares y pocas casas, que hace mucho no siento como mía una cama o un rincón de un cuarto, y que a veces extraño eso, a pesar de ser o pretender ser nómada, porque la palabra pretender es perfecta para una persona que se la pasa planeado viajes, que busca aventuras, y que camina y come en otros lugares para salir de la rutina, pero es esa misma, que sufre con cambiar la almohada, con dormir con otra cobija y con no tener cosas a la mano que en una maleta pequeña no se pueden meter.
Ha sido empacar una maleta para 3 meses de invierno y decidir finalmente que no volverás, que te vas a quedar un buen rato, que van a pasar otras estaciones, y que en resumidas no te despediste de los tuyos, ni de tus lugares, ni de tus cosas, como las otras veces, sino que empezaste sin titubear. Pero no, no es suficiente, para qué escribir de lo retador y divino que es empezar de nuevo de la mano de alguien.
Sin embargo, hoy de lo que quería escribir era de otra cosa, que es lo que me tuvo pensando todo el fin de semana, la confianza que da el amor. Últimamente me pregunto y le pregunto mucho a mi pareja, por donde empezar, sobre qué debo escribir, porque siempre escribo de mi y debería arriesgarme a hacerlo más de arte, teatro, música, comunicación, o inventar una novela, consolidar poemas, contar sobre los lugares y las personas que conozco como una guía de viaje, pero a veces eso no me sale como yo quisiera. Escribo, borro, escribo, borro y no publico.
Entonces él me dijo, hazlo de ti, pero con más ganas, y yo le pregunté ¿a quién le va a interesar mi vida o lo que yo escriba? y me dijo a mí, a mucha gente que se ve reflejada en ti. Y remató diciendo yo no te quiero presionar, pero tú lo tienes todo para hacerlo bien… y yo le respondí con una risa sarcástica, pero es que yo soy Una Andrea Más y me dijo, por eso mismo…
Una Andrea Más
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